lunes, 13 de agosto de 2012

Narciso.

Narciso.
Mi flor favorita siempre fue el narciso. 
¿Qué por qué?
Supongo que por todo. Siempre me parecío una flor dentro de otra. Una vida en la otra. Una pieza en la otra. Un cielo y una tierra.
Tan blanco, el narciso, y, sin embargo, tan colorido.
Tan simple, el narciso, y, sin embargo tan bello.
Siempre me encantó el narciso.
Cuando me compraron mi guitarra. Solía imaginarme que era un narciso. Un precioso narciso blanco, y que yo era su pintor. El pintor que dibujaba colores en ella. De ahí que la llame Flor.

Pero, claro. Eso era antes.
Antes, mucho antes. ¿De qué? Antes, antes de ti, supongo.
Ahora cada vez que veo un narciso, pienso, una flor dentro de otra, una vida en la otra, una pieza en la otra, tú, yo. 
Ahora cada vez que veo el narciso no puedo evitar compararlo con el blanco de tu piel en invierno.
Y sus colores me recuerdan al rojo de tus labios antes de besarme.
Su simpleza me recuerda a tu pelo, cayendo sobre tu espalda.
Y su belleza... bueno, no, eso no me recuerda a ti. No es lo suficientemente bello como para compararlo contigo.
Siempre he querido pintar, en realidad, y aunque sea metafóricamente, sigo pintando narcisos para ti en forma de canción.
Sigo intentando dibujarte una sonrisa en la cara.
Sigo queriendo dibujar una vida contigo a mi lado.
Y en definitiva. Quiero ser pintor, cantante, guitarrista, un narciso. Pero, me conformaría con ser tuyo.

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